MARRUECOS; Día 4: AMANECE EN EL SAHARA & Volvemos a Marrakech
Tras la inolvidable noche que habíamos vivido, decidimos levantarnos muy pronto para poder ver el amanecer. Los chicos del desierto nos despertaron a las cinco y media de la mañana, que era cuando comenzaba a salir el sol. Nos habíamos acostado hacia apenas tres horas, así que nos costó mucho levantarnos. Cuando por fin lo conseguimos ya eran las seis y veinte, y el sol ya casi había salido del todo. Fue muy bonito despertar y salir en mitad del desierto a contemplar aquel magnifico amanecer de un nuevo día.
Después comenzamos a recoger nuestras cosas porque enseguida nos iríamos. Antes desayunamos en una de las Jaimas café con pan y mermelada.
De nuevo los dromedarios nos esperaban para llevarnos de regreso, aunque esta vez la ruta de vuelta la haríamos por otro lado distinto. Ya a plena luz de la mañana, observamos que la duna gigante a la que queríamos llegar la noche anterior era una montaña enorme que estaba lejísimos. Jamás hubiéramos llegado caminando allí.
Montamos en nuestros dromedarios. Eran tan solo las siete de la mañana y ya hacía mucho sol y calor. El sol del amanecer hacia que la arena brillara. El mismo paisaje que cuando llegamos, pero con otro encanto distinto. El viaje de vuelta en dromedario fue genial, mucho más cómodo que el de ida. Ya nos habíamos acostumbrado a aquello.
Llegamos a donde nos esperaba nuestro guía para emprender la vuelta a la ciudad. De nuevo teníamos un largo camino. La parada más interesante de la vuelta tuvo lugar en Ouarzazate. Los alemanes que nos acompañaban decidieron dedicar la parada a hacer una visita a unos edificios importantes y característicos de ver en aquella localidad. Nosotros no hicimos la visita. A parte, hacia tanto calor que dedicamos la parada a beber agua fría debajo de una sombrilla de paja en una terraza de un restaurante. Preciada sombra a unos cuarenta grados. Todo un lujo sin duda.
Continuamos así, parando en sitios y rincones de la ruta de vuelta, hasta llegar a Marrakech de nuevo.
El guía nos dejó al lado de Jemaa El Fna. Nos despedimos de él tras muchas horas compartidas durante estos días. Antes de irnos, cuando ya habíamos bajado de la furgoneta, nos dijo que nos invitaba a cenar esa noche a su casa y nos dijo donde viva. Como no sabíamos que íbamos a hacer le dijimos que lo pensaríamos y que si lo decidíamos, iríamos a la dirección que nos había dicho. Se portó realmente bien con nosotros y esta última invitación fue la cumbre de su hospitalidad. También invitó a los alemanes.
Pusimos rumbo al Riad. Antes pasamos por el Hotel Ali de nuevo para cambiar algo de dinero. Cuando llegamos al Riad Ayour nos recibió de nuevo. Estaba muy contento de vernos. Se notaba que le caíamos bien y que se había aburrido sin nosotros. Nos esperaba la sorpresa que nos había mencionado el encargado sobre la que tanto habíamos divagado y que ya casi habíamos olvidado. ¿Qué sería?
Cogimos nuestras cosas, subimos a la habitación, nos duchamos, descansamos y por fin nos comunicaron la sorpresa. Ayour y el encargado del Riad habían pensado en invitarnos a cenar aquella noche con ellos. Fue genial, así que por supuesto accedimos, rechazando así la invitación que nos había hecho el guía. Aunque nos sentimos un poco mal por lo que pudiera pensar por que se porto muy bien invitándonos y en general.
Antes de la cena salimos a dar una vuelta por el zoco. Tuvimos un gran descubrimiento: los frasquitos en los que meteríamos la arena que por supuesto nos habíamos traído del Sahara. Eran súper bonitos y nos quedarían unos regalos totalmente auténticos hechos por nosotros mismos.
El dueño de la tienda nos quería timar pero tras muchos regateos, y como eran muchos los que nos queríamos llevar entre todos, conseguimos comprarlos por muy poco dinero.
El encargado del Riad nos aconsejó puntualidad para la cena. La hora deberían ser las siete y media, puesto que ellos en el ramadán comienzan rigurosamente a cenar a esa hora. Además ellos llevan todo el día sin comer así que entendimos la puntualidad y así lo hicimos.
A las siete y media estábamos los seis sentados en la mesa de la planta de abajo cenando. La cena fue muy agradable y divertida. Cenamos, por supuesto, sopa y tagine. Todo estuvo muy rico. Fue el mejor tagine de pollo que comimos.
Después de la cena subimos a la terraza y rellenamos los frasquitos con la arena. Mientras lo hacíamos y puesto que aun era muy pronto pensamos en que hacer por la noche.
Ayour dijo que si queríamos nos acompañaría a la zona nueva de la ciudad. No era aconsejable salir solos por la noche pero puesto que él nos acompañaría, con la seguridad que eso suponía, nos parecía una idea genial.
Nos fuimos caminando. La zona nueva esta a una media hora andando desde el centro de la Medina. Cuando salimos de la Medina parecíamos estar en otra ciudad. Restaurantes, cafés, Zaras, McDonalds etc. Todos sitios caros y elegantes.
Al principio pensamos que tendríamos problema a la hora de entrar en algún sitio puesto. No deben estar muy bien vistos los locales marroquíes, en época de ramadán, en esos lugares, puesto que no pueden entrar en ningún establecimiento en el que vendan alcohol. Al final encontramos un sitio, preguntamos y si que podíamos entrar así que entramos. La camarera nos trajo la carta. Al principio no sabíamos que pedir, además los precios eran bastante caros. Decidimos pedir unos mojitos. Nos costaron nueve euros cada. Después de disfrutar del mojito volvimos al Riad a dormir. El día había sido tan espectacular como intenso. Como cada día en aquel país.
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